A partir del desarrollo permanente de las tecnologías de visualización y las nuevas formas de articular la representación y lo visible, la mirada se ha vuelto decisivamente móvil y mecánica, cada vez más intrusiva y omnisciente. La vista capta, fija, cosifica y totaliza. La tendencia al dominio a través de lo visual ha establecido los cimientos de una cultura ocularcentrista. Es así como la visión, el ojo y a su vez la supresión del resto de los sentidos, se ha posicionado paulatinamente en la cima de la jerarquía sensorial en nuestra relación con el mundo.

Las obras expuestas en Campo Difuso reflexionan sobre ese lugar donde se tensiona y cuestiona el régimen de la visualidad contemporánea. A través de diversos ejercicios de aproximación, buscan desplazar, extremar, desvirtuar la relación ojo-objeto-mundo y, al mismo tiempo, posicionar al cuerpo en su conjunto, como apertura sensorial.

El cuerpo, al abrirse a sí mismo a través de los sentidos, se presenta estando en el mundo desde adentro (y no adelante). Un cuerpo que percibe desde la esencia material, corpórea y espiritual articula un contacto, integrando el espacio en experiencia vivida con el mundo, en un encuentro de correspondencia.