Por Constanza Michelson | Psicoanalista y Escritora
Nadie sabe lo que puede un cuerpo. No hay nada en la anatomía del ser humano que sirva como manual de instrucciones para saber qué hacer con su cuerpo ni frente a otro. Un cuerpo humano no se reduce a una función determinada por la biología: una boca no sirve solo para comer o hablar, hay quienes no comen ni hablan casi nunca; las palabras son más que su definición en el diccionario, son vibraciones o cuchillos que marcan al cuerpo, lo tocan, lo transforman, pueden generar placer o dolor; un zapato para una mujer o un fetichista, además de ser una parte del cuerpo, no es un mero artefacto para cubrir el pie.
El cuerpo puede enfermar de sentido nos dijo Freud, cuyo descubrimiento fue el del cuerpo psíquico: carne atravesada por lenguaje. Podemos sentir y enfermar no solo por las condiciones de nuestra anatomía nerviosa, sino por las ideas que están inscritas en la piel. Si Freud ingresó a la medicina observando a sus enfermos, sale de ella escuchándolos: el cuerpo es una superficie que se lee como se lee un texto.
Las categorías y los diagnósticos generales tienen un punto de fuga: el hecho de que cada cuerpo tiene su propio diccionario. Como los textiles de la artista, los que representan universos diversos de palabras sensibles, mapas psíquicos en idiomas incomprensibles, otros tan antiguos como la infancia, incluso, diccionarios de palabras inventadas para traducir las expresiones pulsionales en algún fonema. Walker trabaja textiles que, como la piel, están deshilachados, nunca lisos, accidentados: urdimbres como tramas, enredos que constituyen historias, mundos singulares, que en el encuentro con otro cuerpo no puede no haber más que algo misterioso: diversas geometrías de deseo, deseos devastadores, sexos mecánicos, amores narcisistas, triangulaciones edípicas, deseos líquidos, goces sólidos hasta la adicción y la muerte.
El encuentro con la exposición La inasible experiencia de un cuerpo es un dialogo sensible, que interpela lo inconsciente del deseo. Tal como nos enseñó Freud, a veces coqueteamos con el dolor, ya sea por curiosidad; o como búsqueda de la intensidad más allá del principio del placer (aunque eso se llame pulsión de muerte); a veces también para encontrar un litoral que haga de dique a las esquirlas del cuerpo. Y hay algo más. Hay ocasiones en que sucede algo inaudito: ahí donde algo debería doler, se encuentra una nueva suavidad. Quizá es lo que ocurre con los clavos paradójicos de Walker.
Hasta el 12 de diciembre de 2021 en Galería Artespacio, Alonso de Córdova 2600, Vitacura, Santiago de Chile.