La artista e investigadora Francisca Gili Hanisch (Santiago, 1983) realizó una residencia en Valle Sagrado, Perú, para aprender una milenaria técnica de creación en cerámica de singulares contenedores que silban. Adquirió el oficio y lo reinterpretó profundizando en el pensamiento y aportes de la cultura andina. Un proyecto patrocinado por el Museo Chileno de Arte Precolombino y que ha sido presentado en diversos talleres.
Por Marilú Ortiz de Rozas
Es un silbido gorgojeante, intenso y melódico, que nos transporta al corazón musical de la cultura andina, a siglos remotos. Se hace un gran silencio en la sala cuando Francisca Gili cierra los ojos, se concentra, y hace sonar sus Botellas Silbadoras, ya sea soplando en sus golletes, o meciéndolas suavemente, pues el agua en el interior genera el sonido.
Los asistentes a un reciente taller en el Museo de Artes Visuales (MAVI) son ceramistas, músicos y artistas. Conocen bien estos objetos rituales y de uso diario en el mundo andino y, por tanto, saben muy bien cuán difícil es lograr que estas piezas efectivamente emitan su particular silbido. Comprobar que estas vasijas se convierten en instrumentos musicales es una experiencia maravillosa.
“Hay vasijas simples, dobles y hasta con tres contenedores o ‘cuerpos’, y en su creación interviene el principio de los vasos comunicantes. Algunas tienen cabeza de serpientes o monos, o de personas, y muchas veces es al interior de éstas donde se ocultan los silbatos”, explica la artista.
Imbuida de los conocimientos que ha adquirido sobre las nociones amerindias del pensamiento, ella estima que estas Botellas Silbadoras, en tiempos prehispánicos, eran consideradas seres vivos. “Cuando se hace uno de estos artefactos, se crea y se cría un ser, se les da el aliento de vida, lo que en Aymara se llama Uywaña”.
Dentro de las perspectivas históricas indígenas que se han preservado, estos instrumentos permiten establecer una comunicación con elementos no humanos o con la divinidad. “Por eso”, dice la artista, “intuyo que estas piezas eran utilizadas en rituales y ceremonias, tanto por su capacidad de emitir sonidos, como por su uso como contenedor, en donde los sonidos deben haber tenido una acción propiciatoria sobre los líquidos”.
A la fecha, explica, no se han hecho estudios para determinar qué líquidos eran los que se les introducían. Sin embargo, existen en arqueología las metodologías para determinar sus probables usos. Saber si eran bebidas fermentadas, agua, o incluso leche, es una incógnita que aún las investigaciones en esta materia no han abordado.
Como explica José Pérez de Arce, quien ha asesorado todo el proyecto de la artista, “si bien la primera cultura en suelo americano que trabaja la cerámica es la Valdivia, estas Botellas Silbadoras tienen una matriz Chorrera (costa del Ecuador, siglos 250 AC a 500 DC), y luego se expanden por Centro y Sudamérica, como hemos podido comprobar en los sitios funerarios donde fueron encontradas”. Este músico y candidato a Doctor en Estudios Latinoamericanos ha sido el maestro de Francisca Gili. Es, además, fundador de La Chimuchina, agrupación que tiene por fin el rescate y reinterpretación de la música ancestral indoamericana, en la cual la artista participa con los instrumentos creados por ella.
Si se puede afirmar que el instrumento por excelencia del continente africano es el tambor, no hay duda de que el americano sería la flauta. Las hay en cada nación, en cada etnia de este continente, mucho antes de que se llamara América. La Botella Silbadora podría considerarse una variante de este instrumento musical.
Consciente de la importancia de aprender una técnica con sus cultores originales, Francisca Gili fue a hacer una residencia a Perú con el maestro Alfredo Walter Najarro, en 2017, con el apoyo de Fondart Ventanilla Abierta. Una vez adquirido el oficio, su idea fue reinterpretar esas obras milenarias con técnicas que la postmodernidad global facilita hoy, como el gres y la aplicación de esmaltes.
Esta tradición viajó en el tiempo y el espacio desde la antigua China, siendo hoy una técnica muy usada en la cerámica actual en Chile. Combinando estas técnicas, Francisca Gili consigue un resultado particularmente estético y de suaves coloridos, acercando estas piezas a una estética visual contemporánea.
“Hay hipótesis de algunos arqueólogos que nos cuentan que antiguamente las cerámicas, al ser consideradas seres vivos, eran vestidas con diseños similares a la ropa que usaban en la época. Es por eso que en esta propuesta he buscado también vestir a todos los ejemplares creados. De igual modo, en la Amazonía, los objetos adornados con diseños simétricos abstractos se entienden como seres dotados de humanidad, por ello he buscado explorar en las posibilidades de la simetría para componer las texturas en estos atuendos”, explica la artista, quien utiliza un proceso de reserva de cera, previo al uso de los esmaltes, para aplicar los diseños en sus piezas, algo parecido al batik pero aplicado a la cerámica.
Francisca Gili estudió arte en la Universidad Católica de Chile, se especializó en restauración y luego en arqueología, cursando también un magíster en Arqueología con mención en Antropología en la Universidad Católica del Norte. Comenzó hace una década a modelar sus primeras obras y, siete años, después tomó clases con la ceramista e integrante del Taller Huara-Huara, Marcela Delgadillo.
Desde hace 15 años se dedica a la restauración de piezas arqueológicas, integrando en su práctica como artista la recreación y reinterpretación de objetos ancestrales de uso cotidiano y ceremonial, como Jarros Pato y Botellas Silbadoras y, más recientemente, contenedores musicales como los Machay Puito, tradición proveniente de la zona del Cuzco, en Perú.