La artista viene hace tiempo trabajando desde distintas miradas la relación con la naturaleza, enfatizando tanto en su domesticación y encuadre en una perspectiva críticamente antropocéntrica hasta su desborde, misterio, o deseo de mitigar lo que se manifiesta como amenaza. En vínculo precisamente con este antiguo temor a la fuerza destructiva de la naturaleza, la presente exposición visibiliza los “yökais” japoneses que a su modo fue la fórmula que se encontró para convivir con uno de nuestros miedos más profundos.
Así como la memoria es testigo de un momento o de una escena singular, de un quiebre en la linealidad, de un sonido o de un olor que afecta la percepción, el cuerpo que la crea o la guarda es siempre selectivo, no alcanza jamás la totalidad. El arqueólogo que se dedica a recuperar o a reunificar estos fragmentos reconstruye nuevas escenas, que se desprenden del contexto que daban lugar y sentido a estos fragmentos, flotando estos ahora en los espacios de las ciencias o de los museos.A través del dibujo a tinta, María Ossandón reelabora las escenas o paisajes en miniatura que se encuentran en cada pedazo roto de las cerámicas, relacionando recuerdos universales con experiencias personales, creando así una representación casi archivística, sin dejar de ser subjetiva, de estos paisajes.Para ello, la artista ha recorrido distintas ferias de antigüedades, con la mirada de una recolectora de objetos que dan cuenta de otros tiempos, de historias que parecen dejarse ver nuevamente o que se resisten a ser desechos en sociedades donde la inmediatez y la ausencia de duración hacen que hasta lo más sólido “se desvanezca en el aire”, o se reemplacen por otros objetos igualmente condenados a ser desechos.
Hay aquí pues un ejercicio de memoria y de resistencia, que dialoga tanto con lo que muere como con lo que puede tener “otra vida”, sin degradar la anterior, pero inevitablemente expuesta más que al fin del “aura”, más bien a otro efímero resplandor, a un “pulso”, tal vez, de unas ilustraciones hechas por anónimos artesanos y que otrora fueron utensilios domésticos, decorativos e idealizados en los hogares de familias de orígenes diversos. Se les da así, a estos platos rotos, otra oportunidad de vida o sueño, asumiendo la fragilidad que embarga cualquier sueño, siempre dispuesto a evaporarse o a romperse. |