Por Federico Galende
Los paisajes urbanos de Mono Lira ingresan a la contemporaneidad a destiempo, teñidos de un leve y delicado aire de obsolescencia y preservando, a la vez, cápsulas de tiempos hormigonados. Esas cápsulas de tiempos son las tumbas a las que fueron a dar las promesas del modernismo, con sus derivas libres, sus multitudes distendidas y sus flujos humanos expandiéndose en los divertimentos de los paraísos artificiales. De esa promesa, literalmente, no quedó nada, y por eso estos paisajes nos muestran por un lado el transcurrir de la vida en las jaulas inconscientes de sus rutinas mientras que, por el otro, exhiben a gran escala los volúmenes que a esas vidas las fueron asfixiando.
Esto lo hace por medio de dos series montadas en un magistral plano-contraplano negativo: una pintura de módulos superpuestos, calzados en un rompecabezas de líneas y volúmenes que resumen la estructura del espacio, y un collage de videos en loop que envasan en acciones que se repiten hasta el cansancio la inocencia del existir mundano. Entre estos dos grandes planos no hay un diálogo que se precie de tal; lo que hay es más bien una disposición suelta y transversal de significados. Los espectadores pueden hallar eventualmente en esos volúmenes que se achatan sobre la tela, el reflejo de las estructuras aceradas que custodian el parque humano.
Si Mono Lira, haciendo uso de una enorme elegancia, se priva de arrojar más indicios, plegando los volúmenes de la vida a la frialdad plana de los muros, es porque el arte le interesa menos como método de enseñanza de la vida que como modelo de construcción.
¿De qué modelo de construcción se trata? De uno que nos permite pesquisar nuestro diario trajín en las fábricas de la vida. Las torres de cemento, las viejas estaciones de trenes, las escaleras mecánicas, las calles y las esquinas y los ascensores, noticias animadas de las primeras ciudades industriales -con sus automatismos y sus series embotelladas, con sus recovecos y sus atajos, con sus zonas de concentración y sus vías de evacuación- no son, como lo pensaba el cine (que según Benjamin iba a hacer estallar con su dinamita de décimas de segundos un concepto disciplinado del tiempo), lo que está por fuera del universo asfixiante de las fábricas. Toda la ciudad es ella misma una fábrica, y por eso Mono Lira la muestra en sus video como una enorme relojería de perillas y rodamientos que dan cuerda a nuestros sentidos y regulan los tránsitos de nuestra existencia.
Esta relojería la pone a funcionar contra el fondo de un horizonte saturado. Sea que lo exhiba como un mortificante plano celeste que sobra por encima de las achatadas casitas de un barrio en estado de reproducción mecánica, o como un espacio invadido por torres que se amontonan en el cielo, ese horizonte, ayer metáfora de la historia, ha sido sustituido por bloques de momentos atemporales al interior de los cuales la vida circula en banda. Con esto lo que se tematiza es nada menos que la sustitución de la historia por parte de los volúmenes y los espacios. Como si nos dijera: no hay historia, solo hay volúmenes. O esto otro: esta historia trata sobre el hecho de que la historia que aquí se iba a contar, no será contada. Solo será mostrada, desnudada, para que los ojos que soñaban con el despliegue de un destino se tiendan de una vez por todas sobre la tierra a saborear su presente eternizado.
La virtualidad del paisaje, de Mono Lira, se podrá ver del 7 de junio al 14 de agosto de 2021 en la galería del Centro de Extensión de Casa Central, Universidad Católica, Alameda 390, Santiago, Chile